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  • CREENCIAS POPULARES SANTIAGUEÑAS: MITOS Y LEYENDAS

    Uno de los rasgos más categóricos que expresan la esencia del folklore santiagueño son sus mitos y leyendas.

    Orestes Di Lulo los define: “Sin duda, el folklore es más expresivo cuando aborda el tema de las narraciones legendarias, las cuales, basadas en un mito, forjan la leyenda, que lleva implícita en la forma, de alto valor estético, una ética cristiana a modo de parábola”. El Folklore de Santiago del Estero, 1943.

    Los mitos y leyendas que sobreviven en el imaginario popular de Santiago del Estero están presentes, desde siempre, en la vida cotidiana del santiagueño. Transmitidos de generación en generación, su vigencia no caduca; quizá recreado en la música y la danza,  en cuentos o en relatos de hazañas, son uno de los instrumentos del folklore más importantes, que sujetan el presente a la tradición.

    El mito es la “creencia”, es lo desconocido y que por ello atrae al género humano. La leyenda es cuando esa creencia o mito se transforma en un relato con principio, argumento y fin, adquiriendo las características sociales y culturales de la región.

    Las leyendas surgen en forma de “cuentos” o “relatos”,  con el propósito de dar una respuesta ejemplificadora a problemas sociales tabúes y otros de difícil explicación natural.

    Siempre enmarcadas en el terreno de lo sobrenatural, con un fuerte acento de “misterio inexplicable” y muertes trágicas, las leyendas tienen la finalidad de constituirse en enseñanzas para las generaciones futuras.

    Temas como el incesto, el adulterio, la lujuria, la avaricia, la maldad, el respeto por la naturaleza, por las relaciones familiares y hasta la peligrosidad de los ríos y montañas o la invocación de milagros o buenaventuras, toman cuerpo en las leyendas, transmitiéndose oralmente de generación en generación, transformándose en “mandamientos rectores” o “mandatos sociales”.

    Di Lullo rescata el elemento “antropoétnicogeográfico” en el santiagueño y lo percibe como una “unidad indisoluble”, que se advierte claramente en su espíritu y sensibilidad, dejando entrever una  relación intrínseca hombre-naturaleza, que ha permitido modelar su forma de ser.

    LOS MITOS

    El paisaje, geografía y naturaleza de montes, ríos, llanuras y serranías de Santiago del Estero tienen su equivalente mítico. Los montes tienen el “Sachayoj”, los ríos a la “Mayu Maman”, las llanuras el “Pampayoj” y las sierras o montañas la “Orko Maman” en las Sierras de Guasayán y la “Uritu Orko” en las de Ojo de Agua.

    El “Sachayoj” es el dueño y protector del monte. La insinuación de su presencia, inspira respeto y temor. Siempre coincidente con una figura antropomorfa, en la transmisión oral, el “Sachayoj” es la preservación del monte santiagueño y de las especies que viven en él.

    La “Mayu Maman”, es la diosa del río, semejante a la deidad de los pueblos originarios llamada “yacu maman”. Su presencia es figurada como una hermosa mujer con cola de pescado, que en momentos de aguas calmas, peina su dorada cabellera y para anticipar sus crecidas, arrastra su cola sobre la arena, delineando la huella que han de seguir las aguas con la creciente. La “Mayu Maman”, como diosa y custodia, advierte sobre la peligrosidad que por el ímpetu de su cauce y sus crecientes estivales, encierran sus caudalosos ríos.

    El “Pampayoj” es el dueño y señor de las llanuras y de los animales que habitan en ella.

    La “Uritu Orko” como se la conoce en Ojo de Agua y su equivalente la “Orko Maman”, en las Sierras de Guasayán, son representadas por una mujer sentada sobre una roca. Se la considera la diosa de los sismos y su presencia es relacionada, en ocasiones, con la tragedia. Custodias del hombre y la naturaleza, ambas encierran una misma enseñanza.

    LAS LEYENDAS

    Las leyendas son relatos o cuentos, que ubicados geográficamente y adquiriendo los modos, usos y costumbres del lugar, se fundamentan y devienen de los mitos.

    El Sachayoj

    Es el “Dios protector de los bosques”, donde habita. Se dice que detiene el brazo del hachero cuando éste se inclina para destruir los quebrachos pimpollos o los algarrobos jóvenes que no han terminado de desarrollarse. Cuida las riquezas de los montes y aparece solo cuando sus dominios están siendo arrasados, cuando talan sin consideración las especies sin retoño o cuando sacan con fuego la miel de las lechiguanas.

    Lo representan como un viejo canoso. Su larga cabellera son lazos de lokontiy, sus barbas, también largas y blancas son de sajasta. Camina descalzo pero las espinas no lo hieren, jamás deja huellas, su consistencia es como la del humo y solo se le anticipa un remolino en forma de advertencia. Galopa por los  montes soplando su tradicional corneta hecha de cuerno de chivo.

    “Hay que hacerle caso porque de lo contrario hace morir de sed o de desesperación al no encontrar  la senda o la picada para regresar al rancho”.

    La mitificación del Sachayoj es la respuesta a la necesidad de preservar el monte, su flora y su fauna, evitando la destrucción que pueden ocasionar la caza furtiva o la tala de las especies.

    La Mayu Maman

    Inmortalizada en el pueblo santiagueño como la sirena de nuestros ríos. Su nombre en quichua esta compuesto por dos vocablos: mayu (río) y mama (madre), agregando la “n” final (posesivo: su, de el o ella), lo que se interpreta como la madre del río.

    La leyenda cuenta que suele aparecer en forma de una hermosa mujer rubia que peina su cabellera con un peine de oro. Hermosa y cautivante, atrae a los hombres y si éstos se le acercan los abraza y se hunde con ellos en el agua.

    La difícil comprensión del concepto de riesgo, de peligrosidad de los ríos santiagueños; como así también la preservación de este recurso, se resuelve en esta historia que conjuga hombres, geografía y componentes sobrenaturales,  otorgándole a la humanidad, la conciencia de límites.

    El Pampayoj

    Su figura representativa es mutante y protege la fauna, evitando la caza a destajo. A veces como un jinete a caballo, o como un avestruz o un guanaco, el “Pampayoj” deambula por las zonas llanas del centro de la provincia, protegiendo a los animales de la caza furtiva, lo que desata su ira.

    Cuenta la leyenda que una vez un cazador empezó a matar cuanto animal se le cruzare en el camino; quirquinchos, pichis, corzuelas que abría con un cuchillo para constatar si eran gordos y carnosos. Si no los eran, los desechaba a su paso y proseguía su marcha. Ensimismado en su tarea no advirtió la presencia del Pampayoj que lo apresó y le colgó el caballo de un árbol, a los que tuvo bastante tiempo hasta que el hombre comprendió lo malo que hacía “al desperdiciar comida”.

    La leyenda hace hincapié en una advertencia al hombre que no debe cazar por vicio, gusto o diversión; la caza está reservada solamente para proveerse de  alimentos.

    La “Uritu Orko” y “Orko Maman”

    Su nombre en quichua significa “cerro de la cotorra”. Según la leyenda un hombre con su esposa e hijo fueron a una serranía en busca de loros y catitas. Ya en la cumbre y junto a una barranca, el hombre se ató una cuerda a la cintura, la que era sostenida por su mujer.

    Atenta a las indicaciones del marido, la mujer desatendió la vigilancia del niño quien se acercaba a un precipicio. La mujer soltó la cuerda que sujetaba a su marido, dejándolo caer al abismo y corrió intentando salvar a su hijo, sin conseguirlo.

    De allí que se la personifica como una mujer sentada en la solitaria cumbre de una roca, evocando su aciago destino.

    La leyenda, en busca de una enseñanza, asume lo trágico y definitivo como esencia del relato, señalando el riesgo y destacando la peligrosidad que encierran las serranías de la región, especialmente para los niños y para aquellos que desconocen el terreno.

    La Salamanca  

    Es un lugar oculto entre los breñales, de difícil acceso, diabólico, donde el Diablo (Supay) enseña sus artes y acuden los que se inician en la práctica del maleficio o los que van a aprender toda suerte de  maña, destreza o habilidad para destacarse en la pelea, en el amor o en el trabajo. Allí se baila, se hace música, se celebran aquelarres (conciliábulo nocturno entre brujos) y orgías. A la entrada existe un Cristo cabeza abajo al que hay que pegar y escupir, más adelante se ven animales repugnantes y asquerosos: arañas peludas, sapos, escuerzos, víboras, etc.

    Luego de ser sometido a varias pruebas, si el visitante resulta vencedor, puede pedir lo que quiera. Caso contrario se vuelve loco al salir.

    En la Salamanca se vive en eterno jolgorio. Las brujas y los brujos se regodean allí en lujurioso frenesí. Allí se canta, se baila, se encuentra toda clase de placer.  

    Se dice que la música solo deja de sonar cuando alguien se arrima a la cueva, y que los animales que pasan cerca se espantan y huyen despavoridos.

    El mito de la cueva, el laberinto y el centro de la tierra (lo desconocido), aparecen asociados a la terrenal búsqueda del poder y la sabiduría, a la que el individuo suele abocarse sin valorar la esencia misma de su ser.

    El santiagueño si bien reconoce el objetivo de la existencia de las leyendas y entre ellas la salamanca, en sus fueros más íntimos mantiene despierta la llama de la duda, especialmente cuando admira la genialidad, la sabiduría y el talento que expresan sus músicos.   

    El Kakuy

    Cuenta la historia a cerca de una pareja de hermanos que vivían solos en el bosque. El hermano varón le prodigaba a su hermana tanta ternura y cuidado, que nunca se conoció mayor afecto fraterno. Los mejores frutos, flores, miel, carne de sus animales predilectos y peces eran para ella, mientras ésta le prodigaba el trato más cruel.

    Cansado de tanto tormento, un día la invitó al bosque a comer miel. Cubierta la cabeza con una manta para protegerse de las picaduras de abejas e insectos comenzó a trepar ayudada por su hermano. Cuando se encontraba en lo alto de la copa del árbol, el hermano podó las ramas y una vez concluida la tarea desapareció. Al quedar sola y ver que no acudía su hermano, llamó en vano. Sus dedos se transformaron en garras curvas, de uñas afiladas, y los brazos en alas. Al tiempo, sin respuesta de su hermano al grito de“¡KAKUY, TURAY, TURAY!” y transformada en pájaro, levantó vuelo.

    La leyenda del Kakuy  deja entrever,  dos problemáticas de honda condena social. Por un lado “las pecaminosas relaciones incestuosas” y la negación absoluta que la sociedad hace del tema. Por otro lado los conflictos, los distanciamientos entre hermanos, extendiendo los lazos de sangre a las compatibilidades culturales.

    En ella aparece la tragedia, como el castigo a quien no respeta las normas que cada comunidad y su fe sostienen.

    El Crespín

    Dicen que Crespín tenía una hermosa mujer como esposa, que se amaban, pero ella sentía una afición incontrolable por el baile. Esta preferencia causaba peleas que desembocaron en el abandono de la mujer a su marido. Así podría bailar hasta el amanecer en cuanta “bailanta”  se la invitara. Cierta vez tuvo noticias de una grave enfermedad de Crespín.

    Respondiendo a su sincero amor concurre al rancho, donde encuentra a su marido en estado delicado. Rápidamente sale a buscar a la curandera, pero en el camino encuentra un concurrido baile. No puede resistir sus ganas de danzar y se queda hasta el final.

    Cuando regresa, su esposo yace muerto. Dios la castiga, transformándola en un solitario pájaro, que va llamando incesantemente a su marido, Crespín…, Crespín…, Crespín…

    Utilizando un relato sencillo, casi ingenuo, subliminalmente dejaban el mensaje de potenciación del amor entre las parejas. Se establecía la obligación de respetar por sobre los gustos individuales, los intereses de la pareja, en respuesta al amor que los unía.

    El Runauturungo  

    Una estancia fue cierta vez alarmada por la presencia de un tigre. El peligro común reunió a sus moradores, pues la fiera andaba por la espesura cercana. Quedaba rastro de su paso: un cerco roto, un caminante herido, el sello de su garra en el fango ya seco, varias ovejas muertas, de las que ni siquiera bebió la sangre, como en abuso de crueldad.

    Todos estaban temerosos. Se convino, por fin, en la urgencia de matar al felino. Una partida de los mozos más arrojados del lugar defendería las inmediaciones de la casa, mientras que un experto intentaría matarlo. El hombre corajudo montaba su mula favorita y le acompañaba una escolta de nueve ágiles criollos, todos armados.

    Tras muchas horas de vagar sin éxito, pasó la tarde. El monte se anegó de tinieblas. Resolvieron detenerse y descansar. Habían desensillado cuando un estridente ruido repercutió en la noche. Acomodaron en las hierbas pellones, simulando con ellas alguien que duerme. Los compañeros se retiraron a esconderse. El paisano corajudo, tembloroso también por la sorpresa, corrió a ocultarse. No apagó la fogata; por el contrario, la avivó. Se oyó un nuevo grito cada vez más cercano de la fiera. Pasaron duros instantes, hasta que el cazador vio fulgurar como dos brasas los ojos del felino en la maraña oscura. El tigre avanzó sobre las prendas. El gaucho, desde la sombra le clavó su cuchillo en el costillar, pero el tigre escapó hacia el monte.

    A la mañana, montaron de nuevo y siguieron el rastro revelador. Llegaron hasta una vieja tapera, donde se amontonaban cráneos, fémures, carnes y ropas desgarradas. Silencio y soledad solemnizaban el paisaje. El cazador se detuvo a las puertas de la mansión fúnebre, cuando asomó arrastrándose con pena, una cabeza humana, cuyo cuerpo se perdía en la penumbra interior. De su pecho goteaba sangre y sus labios con palabras dolientes imploraban piedad. Luego le ofreció riquezas si le dejaba la vida, pero el cazador no se dejó tentar y descargó un trabucazo formidable sobre la cabeza, eliminando así al tan temible runauturungo.

    El relato aborda la lucha permanente del bien y el mal, representando en el runauturungo al mal que ataca a la sociedad y al cazador que logra derrotarlo es el bien, que triunfa y libera.

    El Toro Yacu

    Es representado por un hermoso toro negro, con cuernos de oro. Se lo concibe como un ente diabólico que, mediante un trato secreto, protege a una persona, dándole riquezas bienestar y éxitos (en el campo las riquezas están relacionadas generalmente con el ganado vacuno). Todo esto hasta el momento de la muerte, que es cuando el toro viene por lo suyo: el alma y la hacienda.

    Se dice que en el departamento Río Hondo, sobre la margen derecha del río Dulce, en la zona de las tierras movedizas, dos poderosos terratenientes que se dedicaban a la cría de ganado se alarmaron con la multiplicación de los vacunos que habían comprado a un forastero; indagaron y descubrieron que se debía a un toro con astas doradas que aparecía en las noches de luna llena en una aguada, a la que dieron el nombre de “Toro Yacu” (aguada del toro). El animal fantástico atraía a las vacas y se apareaba con ellas, pero la carne de los animales que surgían de esa unión era desagradable al paladar.

    Cierto día, un criollo de la zona se propuso enlazar al toro de las astas doradas. Sorprendentemente, ese mismo día se presentó el forastero que había vendido las vacas a los paisanos. Apostó a viva voz que era imposible enlazar al toro. El criollo aceptó el desafío. Esperó la luna llena y salió hacia la aguada.

    Tras muchos intentos, logró enlazarlo y arrastrarlo hasta la orilla. Pero el toro cortó el lazo y huyó, llevando tras de sí la hacienda del vecindario. En su huida hundió sus astas en el tronco de un tala, de donde salió un chorro de agua que bebió.

    Luego de ese episodio, se lo vio solamente un par de veces más y desapareció como por arte de magia, llevando consigo a las vacas mestizas y a sus descendientes.

    Dice la gente del lugar que el toro era una manifestación del mal y que fue el mismo diablo el forastero que vendió las vacas a los terratenientes y que desafió al criollo a enlazarlo. 

    El bien, logró ahuyentar al mal. El toro nunca más apareció. Sólo queda la leyenda, ya que las aguadas se fueron secando misteriosamente.

    La Telesita

    La historia habla de una niña llamada Telésfora Castillo “Telesita”, huérfana  y un poco atormentada buscó refugio en el espeso monte. Sólo se acercaba al pueblo cuando sentía el sonar de las guitarras o alguna algarabía de fiesta. Era allí cuando reaparecía, sonriente y dispuesta a divertirse bailando hasta el amanecer si fuera posible. Pero una noche de gran alegría, entre chacareras y zambas cayó al encendido fuego, donde ardientes llamas consumieron su raído vestido y carnes flacas, encontrando la muerte sin que nadie pudiera ayudarla. 

    Conocida en toda la provincia como alma milagrosa, es invocada en épocas críticas para los campesinos, para pedir pasto y agua para la hacienda. La ofrenda consiste en un gran baile y banquete (telesiada), en el cual el promesante baila siete chacareras seguidas y bebe siete copas de caña, rogando envíe el agua que no tuvo para apagar su cuerpo calcinado.

    “Que venga la Telesita en Alma de Rezabaile y junto a ella seguramente viene la lluvia que tanto imploran los montes santiagueños”. 

    El Supay  

    En nuestra tradición, Supay es el genio del mal. Es conocido desde la civilización de los Incas y se lo relaciona con las brujas y  la Salamanca (especie de academia donde se enseñan cátedras diabólicas).

    El Supay es muy temido y tiene una singular capacidad metamorfósica, es decir adopta distintas formas para manifestarse. Puede aparecerse como un viento llamado Huayra Muyoj, originado en el choque de dos corrientes de aire que promueven un remolino, el que pareciera venir desde la espesura del monte atravesando todo lo que encuentra a su paso. Por ello cuando sopla el viento se oye decir a las mujeres temerosas, ¡Cruz! ¡Cruz! ¡Cruz! pidiéndole a Dios que el maléfico remolino tuerza su rumbo.

    Almamula

    Conocida como Almamula, o también Mulánima (“Mula Ánima”), refiere a una mujer que cometió incesto  o bien tuvo relaciones amorosas con un cura, no arrepintiéndose  de ello. En castigo a esta conducta, Dios la habría convertido en una mula  que arrastra unas pesadas cadenas. Se dice que ella vaga por las noches en lo espeso de los montes y recorre los alrededores de las poblaciones en días de tormenta. La acompaña el crujir de su freno de oro y de tanto en tanto lanza un triste rebuzno, da gritos de dolor, echa fuego por la nariz y la boca y destellos por los ojos,  estremeciendo a los que lo escuchan. Arrastra también pesadas cadenas, como otros seres condenados.

    La leyenda del almamula es  la configuración sobrenatural del pecado. La necesidad de impartir enseñanzas de convivencia, ligadas a las concepciones religiosas, han simulado en este cuento un ejemplo del castigo o de condena social, que recae en aquellos que osan transgredir las costumbres heredadas.

    OTRAS CREENCIAS Y FÁBULAS 

    Muchas veces en su fantasía, el hombre trata de explicar desde el terreno sobrenatural, algunos fenómenos que ciertamente corresponden al plano de la  naturaleza o la física.

    Quizá por desconocimiento, incredulidad o simplemente por añadir imaginación a su relato,  existen creencias en torno a hechos, cuya explicación es sencilla y coherente.

    Si bien éstas datan de muchos años, presumiblemente desde aquella época en que la ciencia desconocía su procedencia o bien no habría tenido aún suficiente difusión, el imaginario popular los conserva y los transmite tal cual su creación.

    Y es justamente en esta cuestión, donde se percibe incólume el tradicionalismo que encierran.

    Por su parte, las fábulas son portadoras de la sabiduría popular. Personificada por animales, especialmente el zorro, despiertan la astucia y la sagacidad, característica de este animal, debilitando las debilidades y vicios del ser humano.

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