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SALA DE ARMAS

En la historia provincial, las sucesivas milicias fueron creadas y formadas para el resguardo del territorio, de las ideologías y convicciones de la época. Las huestes santiagueñas se han distinguido por su valor, su disciplina y su permanente colaboración a la emancipación de la patria. Entre ellos el Cuerpo de Patricios Santiagueños, primer ejército del interior del Virreinato, creado por Borges en 1810. Participó en las campañas libertadoras y hoy custodia el edificio del CCB.

La expansión territorial hacia el interior de la provincia fue llevada a cabo mediante el establecimiento de sucesivas líneas de emplazamientos militares, conocidas como “Líneas de Frontera”. Éstas tenían como propósito proteger a los pueblos y asentamientos rurales civiles y también servían como bases para operaciones ofensivas contra los grupos indígenas.

La línea fue planificada como un sistema defensivo integrado en el cual una serie de pequeños puestos avanzados, los fortines, servían para dar la alarma ante incursiones indígenas, permitiendo que la población civil se protegiera y que las guarniciones militares situadas en la línea de fortines salieran a enfrentar a los incursores.

Las tropas de esos fortines emplearon una amplia variedad de armamento. Estas guarniciones, en un primer momento, tuvieron que arreglárselas con una variedad de armas antiguas, por ejemplo los fusiles y carabinas de avancarga (carga por la boca) y sistema de disparo de percusión, así como con armas blancas (lanzas y sables).

Las armas de avancarga eran lentas y difíciles de recargar, especialmente a caballo. Por ello, en los enfrentamientos con los indígenas, éstos aprovechaban para atacar a las fuerzas militares con sus lanzas y boleadoras después de que los soldados hubieran hecho sus disparos y antes de que pudieran recargar. Los enfrentamientos se decidían entonces en combates cuerpo a cuerpo con lanzas, boleadoras, sables y cuchillos.  Los informes oficiales del gobierno de esos años reconocían la creciente obsolescencia de las armas de avancarga y percusión, y la necesidad de su reemplazo por armas más modernas.

A partir de 1873 se puso en marcha la modernización y estandarización del armamento, con la incorporación de las armas monotiro de retrocarga (carga por la parte posterior) de la familia Remington Rolling Block de diseño estadounidense. Las mismas irán volviéndose cada vez más comunes en la línea de fortines a partir de ese momento.

En Santiago del Estero, la mayor parte de las fuerzas militares se destinaban al sostenimiento de las fronteras internas sobre el Salado del Norte. La construcción de esta frontera como espacio defensivo fue un proceso de larga duración. Esta línea estaba guarnecida por los Guardias Nacionales  y la Compañía N° 5 de Infantería con base permanente en el fortín Bracho. La histórica debilidad fronteriza facilitaba los avances indígenas sobre sus antiguas tierras costeñas, siendo habitual la muerte de los pobladores que las defendían, el cautiverio y el robo de ganado.

Los Guardias se ejercitaban todos los días festivos dos horas por la mañana y dos por la tarde. Cada soldado era provisto de las armas correspondientes bajo recibo y deberían conservarlas limpias y entregarlas cuando el Comandante le indicara. Tenían expresamente prohibido ausentarse sin autorización del jefe miliar durante el tiempo que duraran los ejercicios y para aquellos que no asistían estaban tipificadas las penas: 24, 48 o 72 horas de arresto según fuera la primera, la segunda o la tercera vez que se ausentaban. Si reincidían terminaban prestando servicios en la frontera por el tiempo que el Comandante estipulara.

El Ejército fue creado en 1864 a partir de cuerpos de líneas que ocuparon militarmente todo el país y tuvo un rol decisivo en la penetración del Estado Nacional. Hacia 1865 en Santiago del Estero el Ejército Nacional y la Compañía N° 5 de Línea van instituyéndose como fuerzas de dominación estatales. En 1870 comenzó el proceso por el cual el gobierno nacional decidió eliminar a los Guardias Nacionales.

El “enganche” era el acto por el cual los hombres mayores de 17 años se incorporaban al servicio activo de la milicia. En general y por las formas violentas de los procedimientos corrientes, era muy mal visto y por lo mismo resistido. En Santiago la emigración se había convertido en despoblamiento. Quedaban pocos hombres y al forzarlos a engancharse en el servicio su reacción era esconderse en los montes.

Por eso la elite militar santiagueña proponía que el enganche fuera voluntario porque era la forma más segura de que los hombres no sólo no escaparan sino que los que se enrolaran fueran los mejores. Además, al ser un acto libre, no desertarían y se evitarían el castigo severo con que se les hacía entender que no debían hacerlo nuevamente. Como beneficio adicional, no se forzaría a éstos voluntarios a abandonar a sus familias.

En los fortines se mantenía a las guarniciones más veteranas, puesto que habían desarrollado estrategias que los hacía más útiles en los momentos de mayor dificultad y se reservaba a los Guardias Nacionales para reforzar las guarniciones cuando las invasiones indígenas ponían en peligro a las poblaciones vecinas. De hecho, las guarniciones con pocos hombres y mal pertrechados, no daban abasto y en muchos casos la falta de recursos había hecho que se licenciara las tropas, por lo que el gobierno propuso la creación de un cuerpo de 200 hombres de caballería y 50 de infantería solventados por el gobierno nacional.

La falta de armamento para defender los puestos fronterizos fue siempre un serio problema. Ya Ibarra se quejaba ante Juan Manuel de Rosas que tenía en un puesto a 17 soldados con solo siete lanzas, dato que permite inferir la pobreza extrema de las débiles fronteras. El vestuario de los Guardias Nacionales se componía de gorra y chiripa colorado, camiseta azul con puño y cuello colorado, camisa y calzoncillo de lienzo.

La Guerra del Paraguay fue un momento dramático para los sectores populares santiagueños, cuando las levas forzosas y las marchas de cientos de engrillados rumbo a una guerra despreciada por todos culminaron con actos de deserción masiva que impidieron, finalmente, que Santiago participe activamente en la guerra. Semejantes atrevimientos fueron cruelmente castigados generalmente con fusilamientos de los desertores o prisiones cuasi-eternas en la última frontera del Chaco.

Ora cuestión no menor era la provisión de caballos a los soldados. En más de una oportunidad tenían que trasladarse de un fuerte a otro a pie. La provisión de caballadas para los fuertes con Guardias Nacionales estaba a cargo del gobierno de la provincia en tanto y en cuanto el nacional le girara los fondos, pero entre los robos constantes de los indios, las adversidades climáticas y la falta de recursos, la mayor parte de las veces no había como hacerlo. Un soldado en territorio fronterizo sin caballo era bastante inútil de modo que en circunstancia extremas se llegó a pedirlos prestados. Si había plata se los compraba y en otras oportunidades se los alquilaban.

 Fue en este contexto cuando los Taboada comenzaron a operar como los amos y señores de las fronteras del Salado. El espacio fronterizo de la mano de Antonino Taboada se convertirá así en un lugar de disciplinamiento tanto para la soldadesca fortinera como para sus familias y se apoyaba, básicamente, en la vigilancia y la moralización. Entre los fuertes, los fortines y las estancias se había establecido una suerte de redes comunicacionales permanentes que alertaban a unos y otros de la proximidad de los indios y de la posibilidad de robo de hacienda o captura de personas.

Línea de Fortines. Fuente: Mario Basualdo.

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