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SALA DE LOS TEXTILES

“… organizaron los obrajes con el trabajo del indio, enorme reserva en América. El textil representado en Santiago exclusivamente por el algodón, en un principio fue la materia industrial de los conquistadores” O. Di Lullo.

Los obrajes de paños y batanes eran establecimientos textiles donde los indios, las indias y sus hijos eran internados y obligados a hilar y a tejer de sol a sol. El desarrollo de las ciudades y  de los centros mineros, en especial Potosí, impulsó el establecimiento de los obrajes de paños y batanes  en el siglo XVI, como emprendimiento manufacturero de la colonia. Para ello contaban con la mano de obra indígena, verdaderos productores de lo que se llamaba “la ropa de la tierra”.

Así lo registraba el Gobernador Juan Ramirez de Velazco a Su Magestad en 1587  cuando denunciaba las condiciones de trabajo a la que eran sometidos los indios:

“ Cuando el Lic. Hernando de Lerma obtuvo para sí los repartimientos de Soconcho y Manogasta se sirvió dellos en su servicio personal del pueblo de Manogasta diez  indios de mita y del pueblo de soconcho veinte indios, llevó también los tributos dellos, haciéndoles que hicieran ropa y lienzo, alpargates y calcetas, y otras telas que todo se hace de algodón, demás desto se hacían de un hilado que llaman cabuya , cinchas aparejos para cargar caballos…”

 Al principio los obrajes en manos de los encomenderos causaron estragos en la población originaria, dado el régimen  de explotación  al que eran sometidos.  Tampoco la iglesia y sus representantes estuvieron ausentes de la producción y el comercio. El obispo Francisco de Victoria, quien inauguró en 1581  la primera diócesis en territorio argentino  en Santiago del Estero, fue además el organizador de los primeros obrajes.  Así  denunciaba estas actividades  el por entonces gobernador Juan Ramírez de Velazco  al obispo Victoria por estas actividades:

“…estan obligados a pagar el sudor de los pobres porque demas de 20.000 que an entrado en unas casa que a echo el obispo no pagaba un peso…”

Estas situaciones que generaron una sensible disminución de la población indígena llevaron a dictar las primeras ordenanzas,  tratando de regular el trabajo en los obrajes, controlando la avidez de los encomenderos  y protegiendo  a la población  originaria. En efecto el virrey Toledo ordenaba a mediados del siglo XVI , entre otras cuestiones, lo siguiente:

“…hasta agorasse les an dado y Pagado sus jornales (a los indios) no a ssido lo que buena y moderadamente merezenrrespecto Lo que travajan y porque una de las cossas que mas importan al servyzio de dios nuestro sseñor y a su magestad y descargo de su rrealconziencia. Es dar orden como a los dichos yndios que sse ocuparen En dichos obrajes sse les pague su jornal y trabajo..”

“10 …Hordeno y mando que los yndios tejedores y parcherossse les pague y de En cada año y cada uno dellos veinte E quatropessos de plata corriente y cada semana un arelde de carne o camero de castilla o de la tierra y un poco de sal ll.

Item a los yndios tributarios que sse ocupan en los dichos obrajes en los demás officios tocantes hilando y cardando y lavando lana y canilleros E otras cossas ordeno E mando sse les de y pague en cada un año Por su travajo y jornal veinte pessos de plata corriente y mas un arelde de vaca o camero de castilla de la tierra y un poco de ssal como dicho es.

 12. Itemhordeno y mando que los muchachos de diez añosarriba hasta diez y siete que travajaren En los dichos obrajes y batanes sse les de y pague a cada un año ttreze pesos de la dicha plata corriente y la dicha carne y ssal como dicho es. l3.

temhordeno y mando que los viejos que sse ocuparen y travajaren. En los dichos batanes y obrajes se les de y pague En cada un año el mismo salario y comyda que a los muchachos…”

Leyenda del Tejido

Existe una vieja leyenda recogida por Domingo A. Bravo,  que relata el origen del tejido en Atamisqui. En esos tiempos arriba al lugar un contingente de militares españoles, entre los que se encontraba un alférez real, que habiendo establecido una relación amorosa con una princesa inca, ésta lo acompañaba en su larga incursión. El alférez, poco tiempo después murió por la heridas recibidas en una de las tantas escaramuzas con los aborígenes del lugar. Desgracia que sumió a la princesa en una profunda tristeza, quien terminó recluyéndose en un pequeño convento que los jesuitas habían construido en el  lugar. Desde allí se dedicó a enseñar  a las mujeres el arte del tejido.

Al poco tiempo, a raíz de su profunda tristeza, la princesa murió y fue enterrada junta a la tumba de su compañero, entre las que creció una planta que la gente denominó atamishqui, que finalmente dio nombre a este pueblo.

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