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  • SALA DE PLATERÍA

    Nos remite a la vida santiagueña puertas adentro. A la intimidad de los hogares de la elite de mediados del siglo XIX a laque gustaba mostrar su status a través del ornato. Era muy común hacer bustos en honor al jefe de la familia, en este caso Manuel Taboada, o como el de Pastorita Gorostiaga. Cuadros de importantes dimensiones en referencia a los demás miembros, como se puede ver en otras salas, también hacían referencia al nivel social.(cuadro de Erminia Montes de Taboada)

          Si bien la vida familiar se regía bajo un riguroso sistema patriarcal, el hogar era donde se visibilizaba a la mujer. El aire femenino se dejaba sentir en cada espacio, pero especialmente al momento de recibir vistas y sacar a relucir la vajilla. Además de la porcelana traída desde Europa y hecha por encargo con las iníciales de la familia, la platería era todo un símbolo de distinción. Se la adquiría por lo general en Potosí; cuanto más ostentosa y labrada, más refinados se consideraban sus dueños.

    Como lo es hoy, el arte en el presentar la mesa era muy tenido en cuenta. Un despliegue de fuentes, bandejas, soperas, cubiertos, jarras con exquisitos tallados engalanaban las mesas. Con el correr de los tiempos, la platería criolla puso de moda estilos simples, despojados, facetados como se puede ver en la colección de mates. De todos ellos se destaca el que representa la negritud. En sus patas están labrados rostros de niños. Llama la atención que un sector dela sociedad, marginal como lo eran los negros, esté presente. Pero si pensamos, que ellos formaban parte del ritual del cebado, tal vez se los considere como una pieza más del conjunto. El muleque (el niño negro) servía para este tipo de trabajos menores. En este sentido, el negro al ser comprado era una propiedad privada y, por lo tanto, un objeto de uso, un bien.

          La hora del mate por las tardes era el momento preferido por las familias para afianzar los vínculos de amistad y cariño entre parientes. Las visitas anunciadas con antelación brindaban la oportunidad perfecta para demostrar la educación femenina a través de la calidez de su conversación, el refinamiento de sus modales y la elegancia de la que hacían gala al lucir con modestia sus joyas. En el ajuar de una dama no faltaban las peinetas, gargantillas, dijes, agujas para el cabello, pulseras, aros, prendedores, perfumeros y objetos devocionales como cruces, broches con leyendas, medallas y rosarios que llevaban siempre consigo. No era extraño encontrar en algunas casas de la elite, objetos del ceremonial católico como cálices, patenas e hisopos para agua bendita.

     Hacían a una familia distinguida y honorable las actitudes del hombre en su capacidad para proporcionar sostén, protección, control y representación del hogar frente a la comunidad. Estos aspectos intangibles, se manifestaban simbólicamente con la adquisición de artículos que engalanaban el porte del caballero: relojes, gemelos, medallas y bastones para las ocasiones especiales. Adornos de platería en su cabalgadura como estribos, espuelas y rebenques no desentonaban con su vestimenta campestre en la que no faltaban hebillas y rastras de varias cadenas e importante grosor.

    En tanto, el lugar masculino por excelencia, dentro del hogar, era el escritorio. A él solo se accedía con el permiso de su dueño. Todo un lenguaje de poder se hacía presente en la magnificencia de los muebles y en los artículos de plata de uso cotidiano como tinteros, plumas, medallas, crucifijos que ostentaba sobre la mesa. Era el espacio en el que se resolvían tanto temas de cuestiones familiares de trascendencia, como acuerdos matrimoniales, decisiones sobre la vida conventual de los hijos o simples temas cotidianos, como temas de políticos-económicos que afectaban el posicionamiento social familiar.

                                                                                                                     Lic. Alicia Guebel

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