SALA SAN JOSE DE PETACAS
Las Reducciones:
Las Reducciones jesuíticas respondieron a las necesidades geopolíticas coloniales de dominio y ordenamiento de un territorio atravesado por la disputa entre la llamada “civilización” y la “barbarie”. Polaridad que cobrará dinámica a través de la frontera que la constituía en nuestro territorio, el río Salado. Hasta allí llegaba el territorio ganado a la resistencia aborigen por el avance de las tropas militares españolas. El río Salado dividía el mundo “civilizado” de una extensa región que de ahí en más se denominará el Gran Chaco Gualamba; territorio boscoso que incluía buena parte de lo que es hoy nuestra provincia y densamente poblado, bañado por los ríos Bermejo y el Pilcomayo y por el sur el Salado. El Chaco Gualamba era el mundo de la “barbarie” y un objetivo a conquistar. Más que un margen era el punto de partida de su estrategia de penetración hacia aquellas tierras todavía en disputa. Es a través de esta frontera, donde se gestaron las políticas de relaciones e intercambios, que fueron dando forma a las estructuras de ocupación territorial, como las reducciones jesuíticas que se establecieron siempre en las fronteras, desde la primera mitad del siglo XVIII. Estas constituían una unidad política, militar y religiosa, construida a partir de pactos y acuerdos entre las avanzadas españolas y las parcialidades aborígenes que circunstancialmente dominaban el territorio. Es donde eran reducidos los aborígenes a la religión católica, de ahí el origen de su nombre. Estaban administradas por sacerdotes jesuitas, quienes se encargaban de evangelizar a la población aborigen que vivía dentro de dicha reducción y había aceptado la pacificación propuesta, sometiéndose a una vida organizada en función del trabajo. Las reducciones fueron importantes unidades económicas y de producción. Grandes cantidades de ganado vacuno pacían en sus campos cuidados por los indios ya reducidos, quienes además eran instruidos en oficios como la carpintería, talabartería, ebanistería, cantería, etc. y con el tiempo se convertirían en notables artesanos que proveían su mano de obra para la construcción y ornamentación de las iglesias y capillas, de las que se irán poblando los territorios a medida que avanzaba la conquista. Las reducciones mantendrán su existencia en nuestro territorio como importantes unidades económicas y como avanzadas político- religioso –militares hasta la expulsión de los jesuitas de España y América por orden del rey Carlos III, acusados de promover los llamados motines de Esquilache en Madrid. Junto con la expulsión de los jesuitas, también fueron rematados todos sus bienes a través de la Junta de Temporalidades[1]. Santiago del Estero no fue la excepción y entre otras posesiones se remataron también trescientos esclavos negros que eran de su propiedad, los que fueron vendidos al mejor postor. Luego de ello la reducción de San José de Petacas sufrió el abandono, no así la de Abipones que se convirtió en un fortín que sobrevivió hasta entrado el siglo XIX.
Estructura de una reducción
La estructura de una reducción constaba de una parte central donde se encontraba la iglesia, las dependencias de la administración y habitaciones de los curas y de un fuerte o fortín que servía para la defensa de las instalaciones españolas, de los ataques externos o de las sublevaciones de las mismas poblaciones originarias ya “reducidas”.
“…alrededor de este fuerte se hallan treinta barracas de cuero y estacas que sirven para la habitación de los indios…”
La Reducción de Vilelas
Fue la primera en establecerse en el territorio de la actual provincia de Santiago del Estero. Asentada a orillas del Salado en 1735, se formó con los Vilelas, nombre con el que se conocía a los Vilelas propios y a un sinnúmero de parcialidades como los Chunupies, Pazaines, Atalalas, Umuampas, yeconoampas, ocoles , malvalaes y sinivipes, pueblos originarios que habitaban el Gran Chaco Gualamba, en el río Salado y el Bermejo. Según los cronistas hablaban dos dialectos, el vilela y el omoampo y ambos tenían afinidad con la lengua lule. Los describían como poco afectos a la guerra y su vestimenta estaba constituida por pieles y plumas en los hombres y las mujeres se cubrían con un pequeño delantal tejido con fibras vegetales, principalmente chaguar. Creían en la inmortalidad del alma y eran afectos a la música y al baile.
La primera noticia de esta reducción la da el Padre Bernardo Nusdorffer en 1746: “…se sabe que una de estas naciones que es la de los Omoampas se ha reducido en gran parte a persuasión de los jesuitas que fundaron un pueblo de ellos sobre el río Salado en la jurisdicción de Santiago del Estero…”
Sin embargo, a diferencia de las demás reducciones, no quedó en manos de los jesuitas sino a cargo el Padre Joseph Theodoro Bravo, sacerdote santiagueño quien bregó por el sostenimiento de esta reducción, muchas veces ante la indiferencia de las autoridades quienes desoyeron durante años sus pedidos de auxilio económico, ante las dificultades por las que atravesaban. En efecto las prolongadas sequías y la mezquindad de las tierras fueron creando situaciones poco propicias para el sostenimiento de la reducción y sus pobladores, la que se fue deteriorando junto con la salud del Padre Bravo, quien falleció en el año 1748. A los meses de su fallecimiento fueron concedidos por el Rey, todos aquellos pedidos solicitados a lo largo de los años por este cura doctrinero, a quien además nombró como apóstol de los Vilelas, ayuda y honores que el Padre Theodoro Bravo no llegó a disfrutarlos. Lo sucedió a su muerte don Clemente Xeréz y Calderón, cura párroco de Salavina, distante 30 leguas de la reducción, situación ésta que lo lleva a renunciar al poco tiempo. Desde la renuncia de Xerez y Calderón pasaron nueve curas doctrineros quienes se debatieron sin mayores resultados entre penurias y grandes necesidades, hasta que en 1751, fue nombrado al frente de esta reducción el jesuita P. Martín Bravo quien se hace cargo de la casi destruida reducción que a la fecha contaba con una matrícula de 380 indios. Dado el abandono, muchos de los pobladores se habían dispersado y fue tarea del nuevo doctrinero reunirlos nuevamente en la reedificada reducción, que además la rebautizó con el nombre de San Joseph de Vilelas. Sin embargo y a pesar de todas las tareas para sostenerla, el Padre Bravo inició gestiones para el traslado a lugar conveniente, gestiones que llevaron algunos años de desencuentros pues estas intenciones chocaban contra las negativas de los vecinos de Santiago. Finalmente este sacerdote es promovido a un nuevo cargo y es reemplazado por el P. Bernardo Castro quien finalmente consigue en 1758 el traslado de la menguada reducción a Petacas, lugar ubicado a 80 leguas al norte siempre sobre el río Salado, donde quedaría finalmente asentada, con el nombre de San Joseph de Petacas. De la primera reducción de los Vilelassólo queda un pequeño punto en el mapa que se denomina Reducción en el actual Dpto. Juan F. Ibarra.
La nueva reducción de San José de Petacas se establecería definitivamente en 1761 en la localidad conocida como Petacas, ubicado a orillas del río Salado en el actual departamento Copo y distante unos ochenta kilómetros del antiguo pueblo de Esteco. Sobreviviría hasta la expulsión de los jesuitas en 1767, fecha en que quedó librada al abandono más absoluto. Del inventario de bienes, que fue realizado al momento del retiro del P. Bernardo Castro, se sabe que en esos seis años se había logrado construir una empalizada que rodeaba la reducción y dentro de ella se levantaba una iglesia, la sacristía, cinco aposentos ,cocina, ramada para herrería, galpones y depósitos. Además de la atahona, la carpintería y la biblioteca había instrumentos musicales, despensa, siete carretas y cuatro mil quinientas vacas, trescientas cincuenta yeguas, ciento veinte caballos quinientas cabras y ciento veinte porcinos . Según O. Di Lullo en 1771 era cura doctrinero D. Domingo Argañarás y Murguía. Y en 1780 el virrey Vértiz ordena que la Reducción de San José de Petacas sea del cargo y custodia de Santiago del Estero, figurando este lugar en el mapa del P. Caamano, en la margen izquierda del río Salado y en 1818 el Dpiputado Presbítero Pedro F. de Uriarte solicitó la colonización de Petacas que Pueyrredón decretó en 1819, pero que nunca se concretó. Según el mismo autor todo se perdió en el tiempo rescatándose solamente una imagen policromada de San José, una pila bautismal y el escudo episcopal tallado en piedra con la siguiente leyenda “Es ardid de cavalleros Cevallos para vencellos”[2]
Sr. Luis Garay
[1] La Junta de Temporalidades era un órgano burocrático creado por la corona española para administrar los bienes confiscados a los jesuitas con motivo de su expulsión.
[2]Di Lulo,Orestes. “Reducciones y Fortines”, pags. 37-38, Editorial Franco Rossi, 2da. Edición, 2010, Buenos Aires ,Argentina.